En nuestra casa las hallacas se hacen desde hace algunos años. Las primeras las hicimos bajo la dirección de Mariana, la señora que nos lavaba la ropa. Mariana es andina y práctica. Sus hallacas son de masa de harina pan con relleno de pollo, trocitos de papa, zanahoria y garbanzos. Mamá, que soñaba con  las hallacas de Julia Romero (que eran como un sobre de Manila, delgaditas  grandotas, deliciosas y rellenas de no se qué porque todo era muy picadito), estableció los estándares: nuestras hallacas debían ser de cochino, sin garbanzos ni papas. Yo, que soñaba con una hallaca que había comido en casa de mi tía Isabel en Caracas –verdadero pastel de gallina con almendras y todo- introduje lo único que podía introducir yo  en una hallaca: las ganas de hacerlas y las almendras.

Entonces no nos preocupábamos por el colesterol y era difícil conseguir buenas hojas de plátano. Así que usábamos bijao y untábamos las hojas, ya cocidas, con manteca vegetal derretida al fuego y pintada con onoto. Nuestras primeras hallacas terminaron siendo algo parecido a una empanada gallega (como mi madre y mi esposo) de maíz, envuelta en hojas de bijao.

En 1980, Mariana dejó de trabajar en nuestra casa y las hallacas y yo quedamos libradas a nuestra suerte. Entonces apareció Gladys. También comencé a anotar los ingredientes de las hallacas en una agenda cuyas hojas están amarillas por el tiempo y manchadas con aceite onotado.

Mi amiga Gladys, que todavía no era Doctora en Filosofía de la Ciencia, tenía ideas muy definidas sobre cómo debía ser una hallaca: un pastel hecho con masa de maíz en grano y relleno confeccionado con “gallinas en pie”. Lo primero era ya bastante complicado: había que limpiar y lavar el maíz, remojarlo, cocinarlo y luego molerlo. Lo segundo fue una verdadera odisea. Compramos las gallinas “en pie” en la Curva de Molina, lugar no sólo peligroso sino bastante alejado de nuestra casa; Gladys escogió el cacareante relleno de nuestras hallacas que, con sus patas atadas, fue colocado en la parte trasera de la camioneta familiar. Y allí comenzó la odisea: las gallinas armaron un escándalo mayúsculo; sus patas amarradas no les impidieron expresar su pánico o inconformidad  a través de sus esfínteres, de forma que los vidrios y asientos de la camioneta quedaron virtualmente impregnados de terror. Y una pobre, en un rapto de desesperación, puso un huevo que se estrelló  en el suelo, al abrir la maleta de la camioneta. Todo esto sin mencionar la matanza posterior, que me negué a presenciar, de manos de Beatriz, nuestra empleada para ese entonces y matarife oficial de Alfamén esa Navidad.

En la medida en que el costo de la vida subía cual volantín en día ventoso, comencé a anotar el costo de los ingredientes, sólo para verificar si los datos suministrados por las oficinas gubernamentales tipo “protección al consumidor”, coincidían con los míos. Esto me ha permitido establecer comparaciones (toda implicación política es mera coincidencia) entre los precios de 1987:

Cebolla……… Bs. 35 x Kg.

Pimentón………Bs. 18 por Kg.

Ají dulce………. Bs. 40 x Kg.

Ajo porro……..Bs. 14 por Kg.

Hojas de plátano….. Bs. 10 x Kg.

Y los de 1989 a 1992:

 

Cebolla…. Entre Bs. 70 y 110 x Kg.

Ajo Porro…. Entre Bs. 30 y 100 x Kg.

Ají dulce… Entre Bs. 90 y 240 x Kg.-

Hojas de plátano…. 40 o 50 Bs. xKg.

Y que conste, que nosotros compramos las verduras en mercados periféricos o en “Las Pulgas”, verdadero corazón de Maracaibo, paraíso de las moscas y lugar donde uno se pone en contacto con nuestra realidad regional –p’a que vos veáis- y nacional: Qué molleja!

Este año pensé hacer unas hallacas especiales; unas hallacas de aniversario. Aniversarios de vida: nuestros 20 años en Alfamén; nuestros 25 años de permanencia en el amor. Y digo “permanencia en el amor”, porque la expresión “Bodas de plata”, en estos tiempos materialistas que corren, no hace referencia al tiempo ni al amor, sino al metal o moneda convertido en ídolo al que se sacrifican la honradez, el espíritu de trabajo y de servicio y hasta la propia vida. Aniversarios de ausencia: 4 años de la partida de mi madre y 20 de la de mi padre. Aniversario de hallacas: 12 años anotando el qué, el cuánto y el cómo de nuestras hallacas. Y last but not least, aniversario del “descubrimiento” o “encubrimiento”: 500 años de ser “descubridos” nuestros ancestros por los españoles y los hispanos “descubridos” por nuestros ancestros.

Las hallacas de este año aniversario comenzaron por la compra de las gallinas (8) y del pernil (2 Kg.). Gallinas muertitas y en bolsa plástica, naturalmente. A las 6 de la tarde del día Martes 1° de diciembre, comencé a deshuesar las gallinas. Quitéles toda  grasa o vestigio de dañino colesterol (apartándolo para los canes de la casa) y puse el caldero con agua al fuego para hacer sustancioso consomé con la osamenta de las aves.

Aproximadamente a las 7 de la noche, cuando la histeria había invadido la mitad de mi ser (la otra mitad estaba muy ocupada deshuesando gallinas y tratando de controlar la histeria), llegó Jesús Miguel de su clase de kárate. Ante mis ojos fue como el enviado de los dioses. Jesús Miguel estudia medicina y para él deshuesar gallinas es muy parecido a realizar disecciones a los cadáveres del Anatómico. Esta afirmación que es suya, no mía, me llenó de horror, pero la aparté a un lado porque la necesidad obliga. Dividimos el trabajo: el deshuesaba y Javier Andrés, a quien también clamé en mi desesperación, y yo, troceamos las aves, las untamos con pasta de ajos hecha en la casa y las espolvoreamos con sal y páprika. Finalmente, las sofreímos ligeramente en las paelleras de mamá y las metimos en el congelador. Pasó la noche y ese fue el primer día.

El segundo día fuimos a Las Pulgas. Nos dimos un baño de zulianidad. Compramos cebollas, pimentones, tomates, ajo porro, ají dulce… y hojas de bijao “porque las de plátano vienen p’a diciembre, doñita”. Supongo que el vendedor se refiere a la Navidad, porque en diciembre ya estamos.

Al llegar a casa, sometimos algunos vegetales a la tortura de un moderno procesador de alimentos. Otros, como el ajo porro y el cebollín, fueron picados en trocitos diminutos, utilizando la maniobra de precisión característica de los humanos que nos diferencia de nuestros parientes simios y nos permite tomar un filoso cuchillito entre el índice y el pulgar para cortar finamente las susodichas verduras.

Pusimos a sofreír todo el picadillo en el caldero de las hallacas con aceite de girasol (porque ahora le tenemos horror al colesterol) y preparamos el sofrito. Luego lo refrigeramos. Vino la tarde, luego la noche y así pasó el segundo día.

El tercer día descongelamos las gallinas troceadas y el pernil y los mezclamos con el sofrito, añadiendo todos los condimentos y salsas que manda la Ley de Moisés y el libro de Scannone. Respetando la primera, hicimos unas hallacas sólo de gallina; de esta forma Tomás, que es alérgico a la carne de cerdo, puede comerlas (aunque no sé si Tomás este año podrá compartir con nosotros la Navidad). Para cumplir con la Biblia de Scannone, hicimos un guiso mixto, de cochino y gallina; así complacemos al pueblo (mis hijos) que ama la carne de cerdo a pesar del colesterol. Una vez probado y aprobado el guiso por todos los habitantes humanos de la casa, lo pusimos a refrescar y luego lo metimos en la nevera. Llegó la noche y así pasó el tercer día.

El cuarto día comenzó con la división del trabajo, secreto bien conocido en las sociedades industrializadas: Yo amasé los 15 kilos de masa; Satur salió a comprar hojas de plátano porque las de bijao se rompían mucho a pesar de la cocción en agua con aceite. José Luis llamaba de Caracas “para ver cómo iba la cosa” (José Luis es nuestro amarrador profesional desde que falta mamá,  pero asuntos profesionales y no profesionales lo reclamaban en Caracas). Liris hacía bolitas de masa; Jesús Miguel y yo extendíamos la masa en las hojas y poníamos el relleno, envolviendo las hallacas; Javier Andrés y Juan Carlos amarraban las hallacas. Las hallacas de Javier Andrés son dignas de la portada de cualquier revista, las de Juan Carlos parecen una sutura de emergencia. Andrea dormía unas veces y lloraba otras, como corresponde a una niña de un año. Y así fue transcurriendo el día y la tarde con el fondo musical de Ilan, Jordano, Franco de Vita, Gun’s and Roses, Meccano, Sentimiento Muerto y Zapato 3. Mis oídos y corazón clamaban por Vivaldi, Bach y Beethoven, pero eso era mucho pedir a los chamos.

  • A las 11 de la noche terminamos con las últimas hallacas. Y al final de todo este proceso de creación, vimos que:
  • Se nos olvidaron las almendras en el congelador. Yo tengo la manía de congelar todo, menos los sentimientos porque este clima maracucho es el paraíso de los coquitos, los hongos y las bacterias.
  • Las hallacas nos quedaron pequeñas. Su engañoso tamaño se debe a la cantidad de hojas que tuvimos que usar para envolverlas
  • La mejor hallaca es la que uno hace porque es “el fruto de la tierra y del trabajo del hombre”

Nuestras “Hallacas Aniversario” no son especiales. Pero este año aniversario si lo ha sido. El nuestro (los 25 años) lo celebramos con la graduación de José Luis y la fiesta que era al día siguiente consistió en un golpe de Estado o “intentona golpista”, como dice la prensa y Piñita, porque diz que “golpe” no lo dieron; sólo se trató de una intentona. ¡Menos mal!

Y finalmente, vimos que nuestras hallacas son tan buenas como las de todos los años. Porque lo importante es participar en familia en su confección. Y porque esta es una de las tradiciones que nuestros hijos heredarán. Yo soy heredera de la tradición del pesebre o nacimiento. Mi madre, como buena española de los treinta y algo, no creía en arbolitos ni santaclauses. Lo de ella era el nacimiento y los Reyes Magos. Hoy yo, su hija, en este año de gracia de 1992, aniversario de 4, 20, 25 o 500 años, según sea el aniversario que celebremos, siento que he  logrado mantener la tradición familiar del pesebre (puesto este año por Jesús Miguel y Javier  Andrés) y la he enriquecido con las hallacas, el pan de jamón y la torta negra; aunque sobre esto último escribiré cuando celebre los 50 años de permanencia en el amor, que espero en Dios celebrar con Satur en el cielo.

(José Luis llegó de Caracas. Después de preguntar cómo estábamos todos, preguntó ¿Y las hallacas? Se comió dos y le parecieron ricas. Amén.)

Maracaibo, 5 de Diciembre de 1992